Capítulo 11
Tal vez Matt estaba en el baño o desayunando con Harry y los niños, pero de algún modo Lesley sabía que no era así. Una mirada alrededor se lo dijo. El equipaje se había quedado junto a la puerta cuando se acostaron aquella noche, y, mientras su maleta estaba exactamente donde la había dejado, la bolsa de viaje de Matt había desaparecido.
Saltó de la cama, desesperada. No podía hacerle eso. ¡No podía! No ahora. Vio el reloj. Ocho cuarenta y cinco.
—El vuelo sale a las nueve. Preséntate con Logan, a las ocho —le había dicho Becca— y lo alcanzarás.
Lesley sabía dónde estaba. Aún faltaban quince minutos. Podía llamar a la aerolínea. Hacer que lo vocearan. Y, ¿qué le diría?
Se lanzó a la cama y ocultó el rostro entre las manos. Después se levantó, se limpió los párpados y trató de pensar qué hacer.
Entonces vio la nota. Estaba en el asa de su maleta, escrita en una hoja de cuaderno.
"Les, lo siento. Te amo. Regresaré. Matt".
¿Qué significaba? ¿Qué quería decir? Si la amaba, ¿por qué se había ido sin ella?
Nada tenía sentido. Recordó cada detalle de lo sucedido el día anterior. ¿Por qué consintió en llevarla para luego dejarla? ¿Qué lo hizo cambiar de opinión? ¿El trabajo? ¿Becca? ¿Negocios pendientes? No podía razonar, así que decidió actuar.
Batar era un sitio seco, polvoriento e increíblemente caliente. De hecho, todo lo contrario a Maine. Esto, sin embargo, no hizo desistir a Lesley. Aunque no fue lo único que trató de disuadirla. Harry le dijo que estaba loca.
—¡Buen Dios, chica! —replicó cuando ella bajó por la escalera y le comunicó su intención de seguir a Matt—. Tú no puedes ira Batar. ¡Ese es el peor de todos los lugares malos del mundo, por el amor de Dios! Él fue bastante listo al dejarte en casa.
—Pues iré. Si no quieres cuidar a los niños, encontraré quien lo haga.
—Necesitarás una visa. Y probablemente vacunas.
—Lo solucionaré —a Lesley no le importaba que la dejaran llena de agujeros.
Mientras hablaba, se dirigía al teléfono.
Su suegro la desalentó cuando lo llamó para pedirle que le ayudara a conseguir la visa.
—No es lugar para una chica como tú —le dijo sin comprometerse—. Quédate en casa y teje suéteres.
—No tejo —replicó Lesley—. Iré, me ayude usted o no. Él está allá, tratando de ser un héroe, aunque Dios saber por qué, y yo lo acompañaré. Él me necesita.
No sabía por qué pensaba eso, dada la manera en que la había dejado, pero estaba segura de ello. No era el mismo hombre que la había abandonado antes. Y ella no era la misma mujer. No tenía miedo de que la historia se repitiera, como había sucedido con sus padres. No iba a permitirlo.
Ni el tío Harry, ni Hamilton Colter ni el gobierno de los Estados Unidos, podrían detenerla.
Cincuenta y nueve horas después que despertó y no encontró a Matt a su lado, abordaba un taxi en Batar.
—¿Adonde, señorita? —le preguntó el conductor árabe de bigote. Lesley consultó un papel abierto con garabatos que había conseguido en una apresurada conversación telefónica con una secretaria de Worldview.
—Al hotel Royal Palm.
El chofer asintió, tomó el equipaje y mantuvo la puerta del auto abierta para que subiera. Luego, salió a gran velocidad.
Batar era una mezcla apabullante del siglo veinte y la época medieval, del este y el oeste, del mundo cristiano y el musulmán. Allí coexistían los rascacielos con las cabañas y los burros corrían junto a los Mercedes en las calles. Lesley sólo lo notó a medias. Su mente estaba ocupada por Matt. ¿En dónde se encontraba? ¿Qué estaba haciendo? Y lo más importante, ¿qué lo había impulsado a viajar sin ella?
El Royal Palm era tan lujoso y fresco como el resto de Batar pobre y caliente.
Sucia y exhausta, Lesley se detuvo un momento en el vestíbulo para disfrutar del aire acondicionado. Luego, levantó su maleta y se dirigió a la recepción. Una buena ofensiva era su mejor plan, se recordó.
—Buenos días —le dijo al empleado—. Soy la esposa de Matthew Colter. Mi esposo espera que me reúna con él, aquí —lo que no era precisamente una mentira.
Una vez, él le había asegurado que lo acompañaría.
—Ah, señora Colter, sí —el dependiente le dirigió una amplia sonrisa. Lesley suspiró con alivio. ¡Estaba allí!
El hombre consultó la lista de registro y frunció el ceño.
—Tiene cuarto sencillo. El señor Colter no mencionó…
Los ojos de color café la estudiaron de cerca. No iba a dejar escapar a Matt ahora. Lesley sacó su pasaporte, poniéndolo bajo la nariz del empleado.
—Mi visa aún no había llegado cuando él salió. Como puede ver, ahora la tengo.
—Ah, sí —una vez examinados la visa y el pasaporte, la sonrisa del árabe regresó—. Por aquí, señora Colter, por favor —llamó al botones—. Lleva a la señora Colter a la habitación ochocientos dos.
Así lo hizo. Llamó a la puerta y como no obtuvo respuesta, abrió y luego le entregó la llave. Temerosa, Lesley entró.
La habitación estaba vacía. Se apoyó contra la puerta, dejando caer la maleta.
Había ido al aeropuerto, luego a Londres, a Atenas, a Batar. Y, una vez en Batar, al Royal Palm.
No tenía idea de qué hacer. Le habría encantado tirarse en la cama grande y dormir durante horas. Pero no podía. Si en Londres y Nueva York los administradores sabían cómo obtener entradas para el teatro y dónde estaban los mejores restaurantes, seguramente allí sabrían dónde se llevaría a cabo un juicio de resonancia internacional.
Tardó sólo unos minutos en lavarse el rostro, ponerse ropa limpia y bajar por la escalera.
—¿Juicio? —el empleado negó con la cabeza, ante su pregunta—. ¿Para los terroristas, quiere decir? —cuando Lesley asintió él volvió a negar—. Aún no.
—¿A qué se refiere con que todavía no?
—No comienza. Hoy es miércoles. Es el sábado.
—¿Sábado?
—Sábado —el hombre asintió de nuevo. Por fin lo entendió. Entonces, ¿en dónde estaba Matt?
—Estoy buscando a Matt Colter.
—Es un héroe.
—¿Sabe a dónde fue?
—Salió con una mujer alta —dijo el hombre.
—¿Rubia? —sugirió Lesley—. ¿De pelo amarillo? —añadió cuando el hombre pareció no comprenderla.
—Sí, sí —era Becca, no había duda.
—¿Y dónde se celebrará el juicio?
—No será hasta el sábado.
—Lo entiendo. Pero, ¿dónde?
—En el edificio grande, cerca de la mezquita. Le enseño —la condujo fuera del edificio—. ¿Puede ver? —señaló el camino y Lesley vio un minarete a la distancia.
No tenía idea de si Matt estaba allí, pero iría a buscarlo.
—Gracias —le dijo y comenzó a caminar.
Le llevó casi media hora llegar allí. En otro momento hubiera pasado tres o cuatro horas absorbiendo lo que veía. Pero ahora estaba guiada por la misma necesidad de encontrar lo que la había arrastrado durante los últimos tres días.
Pareció que al fin lo había logrado, porque cuando se acercaba vio salir a Becca.
La rubia se detuvo y la miró.
—¡Tú! —Lesley, sudorosa y exhausta, asintió y siguió subiendo los escalones.
Becca la tomó del brazo—. ¡No puedes entrar allí!
—¿Y por qué demonios no? —se soltó Lesley.
—Es privado. Es ilegal. Es…
—¿Está Matt adentro? —preguntó Lesley. La respuesta era obvia aun antes que Becca, reacia, asintiera—. Quítate de mi camino —empujó a Becca a un lado.
—No puedes. ¡No puedes! —mientras lo repetía, corría tras Lesley, mostrándole, sin querer, a dónde tenía que ir. Se detuvo frente a un par de amplias puertas. Lesley pudo escuchar el movimiento de sillas y el murmullo de una voz, y luego de otra.
—El juicio comienza el sábado, según me dicen.
—Así es.
—¿Qué hay aquí?
—Una audiencia.
—¿Matt la está cubriendo?
—De verdad lo amas, ¿no es así? —le preguntó a Lesley mirándola a los ojos—.
Debes amarlo para haber venido hasta acá.
—Sí.
—Está bien —Becca cerró los ojos un momento y luego pareció decidirse—.
Matt es parte de esto. Él es la razón de que estén aquí —se hizo a un lado y dejó pasar a Lesley.
Era un salón de corte, espacioso, con el techo alto, las paredes pintadas de blanco y muebles oscuros de tipo institucional. En la parte más alejada se elevaba una plataforma, en la que estaban tres hombres, uno con traje de negocios y dos Nº Paginas 112-119
vestidos a la manera árabe tradicional. Los jueces. Podía decirlo tan sólo con mirarlos. Vieron a Lesley un momento cuando entró. También lo hizo un joven, que no era más que un niño, en realidad, que estaba sentado solo a la izquierda de los jueces.
Nadie más se volvió. Buscó entre las cabezas que se encontraban frente a ella, todas las cuales miraban a los jueces. Encontró a Matt de inmediato. Estaba sentado muy derecho en una silla de la primera hilera. Mientras lo miraba, un hombre se detuvo frente a él y le habló.
—Debe pasar ahora, señor Colter, por favor.
Matt se levantó, dudó un momento y luego enderezó los hombros y caminó hacia la silla de la derecha de los jueces.
Lesley apresuradamente ocupó una de las sillas, junto al pasillo.
—Señor Colter, usted ha solicitado esta audiencia para explicar por qué cree que deben retirarse algunos cargos —dijo en tono grave y con acento británico uno de los jueces—. ¿Es eso correcto?
Lesley entrelazó los dedos. ¿Retirarlos? ¿Qué cargos? ¿Por qué? Miró de nuevo al chico. ¿Acaso era él a quien Becca se había referido, el terrorista que era sólo un niño? Parecía apenas mayor que Teddy. ¿Por eso Matt había ido? ¿Para ayudarlo?
Lesley se movió en la silla, inclinándose hacia adelante, deseando saber más. Miró a Matt fijamente olvidando por mi momento que la había dejado en casa. Su silla hizo ruido y Matt levantó la cabeza. La vio entonces y se puso muy pálido.
—¿Señor Colter? —urgió el juez.
—¿Qué? —Matt parpadeó, pasó saliva y humedeció sus labios. La voz se le había puesto ronca.
—Dije que usted nos ha solicitado esta audiencia especial para explicar por qué los cargos en contra de Ali ben Rashad deben retirarse, ¿es eso verdad?
La mirada de Matt se encontró con la de Lesley. Parecía triste, desvelado y lleno de dolor. Cerró los ojos y pasó saliva.
—Sí.
—Procedamos entonces.
Con voz cansada, hablando con lentitud, contó todo sobre los días, las interminables noches, las semanas que estuvo aislado, solo.
—Excepto cuando me llevaban comida. Tenían a un chico para eso.
—¿Ali ben Rashad? —preguntó uno de los jueces mirando al joven, confirmando las sospechas de Lesley.
—Su hermano Hamid —negó Matt—. Yo hablaba con Hamid —dijo con lentitud—. Él era mi enlace con la cordura, era joven, impresionable y lleno de Nº Paginas 113-119
sueños —su voz tembló mientras hablaba. Lesley supo que lo estaba reviviendo todo
—. Yo utilicé esos sueños —continuó Matt con voz ronca—. Paz, libertad, el fin de la pobreza. "Puedes tenerlo todo", le dije. "Sólo ayúdame a salir de aquí" —apretó la mandíbula y miró desafiante a los jueces.
—¿Quiere decir que fue él quien lo ayudó a escapar? —los jueces lo miraron con los ojos abiertos.
—Uno de ellos. El otro fue Ali ben Rashad. Hamid compartía los sueños de su hermano… —Matt hizo una mueca ante el recuerdo—. También se convenció. Ellos planearon la escapatoria y me dieron las armas. Ellos nos dieron a mí y a los otros, la libertad que anhelábamos.
—¿Hamid ben Rashad? —uno de los jueces preguntó—. ¿No fue él al que?…
—Al que mataron.
—Lo mataron mientras trataba de detenerlo a usted —lo corrigió el juez.
—No. Lo mataron cuando intentaba escapar con nosotros. No sé quién lo hizo.
En ese entonces, por la seguridad de Ali, porque él aún estaba con ellos, era mejor dejar que la gente pensara que Hamid perdió la vida tratando de evitar la escapatoria
—Matt negó con la cabeza y luego miró a la distancia, hablando pesadamente, con gran dolor—. No es verdad, lo mataron por mis sueños, por mi libertad. Fue como si yo hubiese disparado el gatillo.
Durante una eternidad nadie pronunció una palabra. Más allá de las paredes de la corte, se escuchaba el ruido del tránsito. Sonó una bocina. Adentro, alguien tosió.
Arrastraron una silla. Lesley estaba congelada en su lugar.
Al fin, uno de los jueces murmuró algo a otro. Ambos asintieron, luego hablaron con el tercero.
Finalmente, el de la voz grave habló.
—Le agradecemos su testimonio, señor Colter. Le daremos nuestra mayor atención y emitiremos un veredicto de inmediato. Puede retirarse.
Sin mirar hacia ningún lado, Matt bajó. Caminó hacia la silla en que estaba Lesley. Ella lo miró, impresionada por la escena que había presenciado. Matt tenía los dientes apretados y la vista perdida en la distancia. Su paso disminuyó ligeramente al llegar a su lado. Se detuvo, y sus miradas se encontraron.
—Ahora lo sabes —le dijo sin inflexión en la voz. Antes que ella pudiera responder algo, salió y cerró la puerta.
Paralizada, Lesley lo miró. ¿Acaso pensaba que ella lo condenaba, que lo culparía por la infortunada muerte de Hamid ben Rashad?
Obviamente sí.
—¡Matt! —saltó, casi pateando la silla en su urgencia por alcanzarlo, pero se había ido.
Corrió por los escalones hacia la calle, buscándolo por un lado y por otro. No estaba allí. ¿A dónde pudo haber ido? Al hotel y luego al aeropuerto. Lesley comenzó a correr.
Así que finalmente iba a terminar como su madre.
De hecho, peor. Porque si su madre había pasado la vida esperando a Jack, al menos él regresaba de vez en cuando. Lesley llegó antes que Matt al hotel.
Ahora, ¿cuánto más tendría que esperar? ¿Cuánto más hasta que admitiera que él ni siquiera había ido para allá? ¿Cuánto hasta que ella aceptara el hecho de que él había tomado el primer vuelo sin recoger su sucia y vieja bolsa de viaje verde?
Lesley suspiró, amándolo más que nunca y temerosa de no encontrarlo ahora para decírselo. Eran más de las tres de la mañana cuando una llave entró en la cerradura. Lesley saltó en el sillón donde se había sentado a dormitar. La luz se encendió de repente.
—¿Lesley?
Esa sola palabra estaba tan llena de dolor, que lastimaba el oído. Cuando por fin pudo abrir los ojos y ajustarse a la luz, lo vio con claridad. Estaba de pie, en la puerta, moviendo la cabeza como si no pudiera creer lo que veía, o como si lamentara su presencia.
Estaba en mangas de camisa, con el cabello alborotado y la mitad de los botones desabrochados. El abrigo le colgaba del hombro, y tenía el nudo de la corbata deshecho. La barba crecida de ese día oscurecía sus mejillas pálidas, y sus ojos carecían de brillo. Debió haber celebrado la libertad y la verdadera historia de Ali ben Rashad, que había aparecido en las noticias de la tarde en tres idiomas. Sin embargo, parecía como si acabara de salir del infierno.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con rudeza.
—Te espero.
—No tiene objeto —negó con la cabeza.
—¿Por qué? —Lesley se levantó y comenzó a caminar hacía él.
—Lo sabes.
—No.
—Lo escuchaste.
—Te oí salvar la vida de un niño.
—Y también cómo maté a otro —ella se acercó para tocarlo, para reconfortarlo, pero él se hizo a un lado—. ¡No lo hagas!
—Te amo.
—¡No! —negó con la cabeza.
—Sí.
—¿Cómo puedes, después de saber lo que hice? —exigió, angustiado.
—Te amo porque actuaste así.
—¿Por lo que hice? —preguntó, estupefacto.
—No por Hamid. Fue algo que no pudiste evitar. Te amo porque te importó, porque te preocupaste lo suficiente por Ali para arriesgarlo todo —lo miró, suplicante—. ¿No es eso cierto, Matt?
Sus ojos se abrieron mucho. No podía hablar pero ella sabía que estaba en lo correcto.
Aunque la garganta se le cerró al ver aquel leve brillo de esperanza, Lesley continuó:
—Por eso me dejaste en casa, ¿no es así? —preguntó con suavidad. Le tocó el brazo, y esta vez él no se alejó—. Pensaste que si alguna vez descubría lo que sucedió con Hamid, yo… no te amaría.
—No podía —dijo él después de pasar saliva—. Estaba seguro de que no podía
—dijo por fin, pasándose una mano entre el cabello.
—Te amo —lo besó ligeramente.
—En Boston dijiste…
—Te amo —reiteró con énfasis.
Lo abrazó y sintió la tensión que lo embargaba, los últimos vestigios de resistencia, de miedo, de inseguridad. Entonces, por fin, él le creyó. El abrigo cayó al suelo y sus brazos la rodearon también. Apoyó el rostro contra la mejilla de ella y comenzó a sollozar.
—Oh, Dios, te amo —las palabras parecían salir de lo más profundo de su alma
—. Tenía mucho miedo de venir… de perderte otra vez. Miedo de traerte… y dejarte…
—Yo no iba a permitir que me dejaras —le dijo Lesley estrechándolo con fuerza, acariciándole el cabello—. Y no voy a hacerlo. Donde tu vayas, iré yo —Matt tembló, luego levantó la cabeza y la miró—. Lo digo en serio. Esta vez, nuestro matrimonio va a funcionar —replicó ella con firmeza.
—¿Eso crees?
—¿Tu no?
—Deseo hacerlo. ¡Oh, cuánto lo deseo! —su tono era ferviente—. Es lo que esperaba, lo que siempre soñé todos esos meses.
Los ojos de Lesley se abrieron. Le secó la mejilla y Matt le sonrió.
—Fueron tú y Hamid quienes me mantuvieron vivo. Él me proporcionaba sustento para el cuerpo. Tú eras el alimento para mi alma.
—Oh, Matt —Lesley comenzó a llorar.
Él la llevó hasta la cama, y se acostaron muy cerca.
—Reviví cada momento de nuestro matrimonio, cada hora. Y me di cuenta de cuan poco tiempo habíamos pasado juntos. Estabas en lo correcto en tu ultimátum.
Debí escucharte, sólo que no estaba acostumbrado a pensar de esa manera. Cuando nos casamos, supongo que pensé que seguiría haciendo lo mismo de siempre y que tú lo aceptarías —suspiró y rodó sobre su espalda, atrayéndola para que quedara sobre él—. Como mis padres.
—Debí tratar de comprender —le dijo Lesley con suavidad mientras él le acariciaba la mejilla—. No lo hice. En lo único que podía pensar era en mis padres.
Recordaba la manera en que él siempre abandonaba a mi madre, y cómo ella se pasaba el tiempo esperando a que regresara. Yo no podía hacer eso. Pero no debí presionarte. No te culpo por no haberme querido ver después.
—Yo siempre quise verte. No pensé que intentaras buscarme —Matt dejó de acariciarla.
—Fui a tu oficina —le recordó Lesley.
—¿Cuándo? —frunció el ceño.
—Un par de semanas más tarde, después que regresaste de Bali. Yo esperé… —
sonrió—. Esperaba. Pero como no regresaste a casa, fui a verte. Quería disculparme.
Tratar de que las cosas funcionaran. Sin embargo, te negaste a verme.
—Yo nunca… —la miró perplejo.
—Becca dijo…
—¿Becca? —una arruga apareció en su frente—. ¿Becca te dijo que no quería verte? ¿Cuándo?
—No recuerdo el día. Dijo que no querías ser molestado. Y esa noche saliste camino a América Central, creo. Así que no me sorprendió que no me recibieras.
—Ahora lo recuerdo. Fue un trabajo de último momento. Un golpe de estado, un desastre o alguna cosa así. Carlisle me estaba gritando en un oído y Becca murmurándome en el otro. Los teléfonos sonaban, los télex y los servicios de cables hacían ruido, tenía que salir esa noche y había miles de cosas que terminar antes. Le dije a Becca que no podía ver a nadie —la miró a los ojos—. Nunca pensé que fueras tú. Lo siento.
—Yo no —le contestó Lesley.
—¿No?
—¿Acaso hubiera servido de algo entonces? ¿Hubiéramos sido capaces de cambiar, de hacer que las cosas funcionaran? Lo dudo.
—¿Piensas que me hizo bien que me atraparan los terroristas? —sonrió Matt, irónico.
—Harry diría que obtuviste provecho de un mal empleo —le dijo, retirando un mechón oscuro de cabello de su frente—. Y él asegura que mi experiencia en Colombia fue benéfica.
—Cuando pienso en lo que enfrentaste, casi muero del susto —dijo Matt negando con la cabeza—. ¡Mil cosas pudieron ocurrir!
—Ahora te das cuenta de cómo me sentía yo —Lesley le tocó una mejilla.
—Sé a lo que te refieres —Matt cerró los ojos un momento, luego suspiró—.
Supongo que algo bueno surgió de todo: tenemos a Teddy y a Rita. ¡Qué sorpresa recibí!
—Pensé que te enfurecerías por ello. Una vez dijiste que no te gustaban los niños. Pensé que si alguna cosa te alejaría, sería eso.
—Cuando era joven y tonto —dijo Matt con franqueza—. Creía que los chicos serían como una piedra en mi cuello. Sin embargo, cuando me hablaste de ellos, no podía creer en mi suerte. Pensé que Dios me daba una nueva oportunidad. Tú sabes, una manera de redimirme por haber provocado la muerte de Hamid, al proporcionar a estos dos niños un hogar. En aquel entonces no eran Teddy y Rita, sino un deber.
Eso fue antes que los conociera —encogió los hombros, avergonzado—. Una vez que lo hice, no podía imaginar la vida sin ellos. Los amo, Les.
—¡Oh, Matt! —ella lo abrazó.
—Además, quería estar contigo, y nada me iba a alejar. Ni los niños, ni siquiera oírte decir que te casarías con ese maldito pescador de langostas —la miró—. ¿Cómo pudiste hacerme eso?
—Pensé que nunca volverías y él me amaba.
—¿Y tú lo amaste? —de repente sintió la tensión en él.
Lesley negó con la cabeza, se enderezó e inclinó sobre él, colocándole las manos contra el corazón.
—No de la manera en que te amo a ti. Nunca seré capaz de amar a otro, Matt Colter. Una vez aseguraste que siempre estarías conmigo. Bueno, funciona en ambos sentidos. Yo permaneceré a tu lado toda la vida.
—Gracias a Dios —murmuró, tomándola entre los brazos; parpadeó y las lágrimas humedecieron sus pestañas mientras le sonreía—. ¿Crees que podrías demostrármelo?
—Sólo si lo deseas.
—Oh, claro que sí —aseguró metiendo las manos debajo de la camiseta de Lesley—. Durante mucho tiempo y tan a menudo como quieras.
Sonriendo, agradecidos, sabiendo que tenían un gran camino ante ellos, se unieron por fin, sin ninguna barrera. Sólo tenían que amarse y necesitarse el uno al otro. Eso era suficiente.
Fin